Abrí los ojos al sol de verano de agosto, cuando hacía apenas unos días mi único contacto con el mundo eran los latidos del corazón de mi madre. Ella me pasó su lengua rasposa por la cabecita y yo ronronee contento, ¿se podía ser más feliz?.
Cuando ya empezábamos a escaparnos de su lado con los pasos torpes de un gatito, nuestra madre nos presentó al resto del grupo, los que compartían aquel descampado con nosotros. Estaba Gata-gris, que era un poco descarada según nos contó nuestra madre luego, Rayas, que nos contaba historias de monstruos que salían de la carretera, Mamá-grande, que era la abuelita de todos nosotros, Ron-ron, que parecía ser nuestro papá, Rabo-roto, que parecía también ser nuestro papá (ahí había algo de confusión), Patas, que era muy amiga de mami, los hijitos de Patas, y, por último Maullidos, el jefe del grupo, un enorme gato blanco y rubio con una cicatriz que le cruzaba la cara y por la que había perdido un ojo.
Me colocaron en el centro del círculo y me hicieron repetir el juramento:
“garras, bigotes y dientes,
luna llena de verano,
un gato hace lo que siente
y no tiene ningún amo”
Entonces Maullidos se acercó muy solemne y me dio nombre: Nariz-rosa.
Enseguida todos se pusieron a maullar muy alto para celebrarlo, hasta que nos tiraron un cubo de agua por una ventana y todos nos escondimos a lavarnos y a descansar.
Todas las noches nos reuníamos debajo de un árbol (los más atrevidos encima) para contar historias y cosas que nos habían pasado, las aventuras peligrosas de Rayas, que salía mucho al mundo de fuera, las historias que empezaba a contar Gata-gris arqueando el lomo (nunca las escuchaba enteras porque mamá siempre nos tapaba las orejitas), alguna pelea de Ron-ron y Rabo-roto cuando Maullidos se alejaba (no se por qué siempre acababan meando en todos sitios los muy cochinos)...
Pasaron los meses y yo crecí, descubrí el frío de la noche, el hambre, el miedo y muchas cosas malas, pero siempre rodeado del amor de mis compañeros. Hubo una temporada en que aparecía comida delante de nuestro descampado, sin cazarla ni buscarla en la basura, estábamos muy intrigados, hasta que montamos turnos de vigilancia y vimos una humana que dejaba allí la comida cada noche.
Mi madre nos advirtió a mis hermanos y a mi: no os acerquéis. Cuando seáis mayores Mama-grande os contará muchas cosas, ahora es pronto, pero hacedme caso.
Nosotros como éramos muy buenos no nos acercamos...los primeros días...pero luego nos fuimos acercando cada día un pasito más, sólo para reunir datos contra el enemigo, por supuesto. Al final nos acercábamos casi hasta ella, que nos decía cosas como si nosotros la entendiéramos, pobrecilla.
Un día vino con una cosa que parecía pesar mucho, nos puso la comida dentro y se fue sin decirnos nada un poquito más allá. Yo, como ya le había cogido el gusto a lo que nos decía y la miraba con ojos chinos, no me acerqué ese día, pero Patas, la amiga de mamá, se acercó acompañada por Rabo-roto (que miraba a Ron-ron con cara de desafío. Ron-ron hacía que miraba un árbol). Los dos se acercaron despacito y con la tripita pegada a la tierra, rodearon la cosa, olisquearon la comida, intentaron sacarla con la pata y se quedaron un rato allí mirando.
Al final Ron-ron se subio al techo de la cosa (la humana se puso blanca y hacía cosas con las manos, estaba un poco mal de la cabeza) y Patas se atrevió a coger el trocito de comida de la puerta. Como vio que estaba muy rico y no pasaba nada, se metió un poquito más, siempre dejando las patas de detrás fuera por si las moscas como nos habían enseñado desde pequeños, pero la comida estaba tan rica que se le olvidó lo de las patas, se metió dentro del todo ¡y de repente la cosa se cerró con ella dentro! Nosotros echamos todos a correr cada uno hacia un lado, y la pobre Patas se daba golpes contra esa caja, hasta que vino la humana corriendo y la tapó con una manta. No sabemos que pasó, pero fue como si Patas ya no estuviera, porque se dejó de mover, seguramente sería una manta mágica. Esa noche no hicimos reunión en el árbol, porque Maullidos no estaba desde hacía días y estábamos muy asustados.
Más tarde, me despertaron unos sollozos, me levanté y vi a Mama-grande llorando y mirando hacía donde se fue la humana con Patas.
Me acerque despacito para no asustarla, pero ella me escuchó y al verme me sonrió.
Me contó que lloraba porque ella había vivido con los humanos, había sido muy feliz, pero cuando le empezó a crecer la barriguita con mi mami, Patas y Rayas dentro, la dejaron en el descampado. Quería que la humana que se había llevado a Patas se la llevara a ella también para poder pedirle perdón a sus humanos, aunque no sabía que había hecho mal, estaba muy triste. Yo la di besitos y me quedé con ella toda la noche llorando hasta que nos quedamos dormidos.
A los pocos días se armó un gran revuelo, ¡la humana volvía con la caja! Levantó la manta mágica y allí estaba Patas sana y salva, abrió la puerta y ella salió corriendo y se escondió en lo más profundo de los arbustos, respirando agitadamente y con los ojos muy abiertos. La humana se fue y corrimos hacia Patas ¡cuéntanos! ¿qué ha pasado? ¡que alegría! Patas no nos dijo nada y se escondió más profundamente en las ramas, así que la dejamos en paz. Luego, más tranquila, nos contó que la habían mordido el lomo para sacarla sangre, y en otro mordisco la habían metido algo en el cuerpo, se había quedado dormida y al despertarse había visto que le habían abierto la barriga. Luego estuvo unos días muy asustada en una cárcel y de repente la trajeron otra vez a casa.
Ninguno entendíamos por qué se la habían llevado, pero luego se nos olvidó y seguimos como siempre.
Empezó a hacer más frío, cada día más, y hubo una noche en la que empezaron a caer cositas blancas mojadas del cielo, primero jugábamos con ellas, pero luego salió una alfombra fría en el suelo y se nos mojaban las patitas, así que nos escondimos. Teníamos mucha hambre, así que cuando vimos a la humana con la caja nos acercamos a ver que había de cenar, y nos había traído algo que olía de miedo...
Vimos que ponía la comida dentro de la caja otra vez, y ninguno se fiaba mucho, pero Mamá-grande se acercó enseguida, comprendí lo que iba a hacer y la seguí para pararla. Cuando me quise dar cuenta, estábamos los dos dentro de la caja cerrada, y nos echaron la manta por encima mientras veía a todos los demás correr despavoridos.
Nos llevaron a un sitio con una mesa fría de metal y nos mordieron como nos había contado Patas, yo tenía mucho miedo, pero Mamá-grande me decía que estuviera tranquilo.
Al despertarme estaba en una mantita, calentito y sin bichitos picajosos por el cuerpo. Escuché un ruido y vi a la humana acercarse. Me hice una bolita para ver si no me veía, pero entonces vi a Mamá-grande acercarse por un lado, feliz y con unas cuerdecitas en la barriga.
Me dijo que no me preocupara, que yo podía vivir en una casa porque aun no era de calle como los demás, que tenía una oportunidad, y que ella la volvía a tener.
Se tumbó en el regazo de la humana y ella le dio una golosina, y la escuche ronronear por primera vez en toda mi vida, así que yo me acerqué también, no podía ser tan malo, y esas golosinas tenían una pinta...Creo que hasta entendí a la humana decir que éramos sus regalos de Navidad más bonitos, pero luego me dormí y empecé mi nueva vida.
Laura Perales (KAT)
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